Grupos LGTB británicos han mostrado su indignación por el hecho de que la FIFA haya otorgado a Rusia y a Qatar, dos países en los que la situación de los derechos humanos en general y LGTB en particular deja mucho que desear, la organización de los Mundiales de Fútbol de 2018 y 2022.
“Pese a su aparente compromiso con los valores humanitarios y la promoción de la solidaridad global a través del fútbol, la FIFA envía un mensaje alto y claro de que los derechos de la comunidad LGTB global no forman parte de su agenda”, han expresado desde The Justin Campaign, una organización que lucha contra la homofobia en el mundo del fútbol.
Durante años, cualquier manifestación pública en defensa de los derechos LGTB ha sido sistemáticamente prohíbida en Rusia, hasta el extremo de merecer una reciente condena por parte del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. El líder LGTB ruso, Nikolai Alekseev, ha llegado a ser acosado por las fuerzas de seguridad. Peor es todavía la situación en Qatar, una monarquía absoluta del Golfo Pérsico en la que la homosexualidad se castiga con latigazos y hasta cinco años de cárcel.
“Ambos países registran una pobre situación en derechos humanos. No solo en lo referido a derechos gays, también respecto a los derechos de las mujeres, libertad de protesta y libertad de prensa”, ha manifestado, por su parte, el conocido activista Peter Tatchell. “La FIFA ha puesto sus intereses corporativos sobre el bienestar de la gente de Rusia y de Qatar”, ha añadido. Por su parte, Matthew Sephton, del grupo LGBTory (un grupo LGTB vinculado al Partido Conservador británico) ha pedido a la FIFA que exija a Qatar la descriminalización de la homosexualidad antes de 2022, año en que celebrará su Mundial.
Inglaterra, país que junto a Bélgica-Holanda y España-Portugal optaba también a organizar el Mundial de 2018, ha sido el más crítico con el sistema de designación de las sedes. De hecho, su eliminación en la primera ronda, pese a ser considerada por muchos la gran favorita, ha sido interpretado por algunos medios como una especie de “venganza” de la FIFA por el hecho de que parte de la prensa británica, incluyendo la propia BBC, considerara que el proceso de elección estaba empañado por la sombra de la corrupción.

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