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jueves, 24 de marzo de 2011

Retrato de una Dama.

LIZ


Su frágil salud formó parte de su leyenda tanto como su sentido del humor, sus apasionados romances, su activismo social o sus ojos color violeta. Cuando semanas atrás fue ingresada en el Cedars-Sinai de Los Angeles, eran muchos los que daban por hecho que Elizabeth Taylor volvería a salir airosa para seguir iluminando, en vida, las colinas de Hollywood, con el fulgor de quien era sin duda, la última de las grandes estrellas del Cine Clásico. Esta vez, sin embargo, los hermosos ojos de Liz han decidido cerrarse para siempre.
Con la muerte de la Diva, se acaba una era que permanecerá no sólo en la memoria de cinéfilos, sino en la de toda la Comunidad Gay Internacional que tuvo en Ella a su primera aliada en su activismo contra el SIDA y a favor de nuestros derechos y a la más influyente mariliendre de la Historia del Séptimo Arte.

Estrella

Elizabeth Niña


79 años atrás, Elizabeth Rosemond Taylor nació en Hampstead, Londres, Inglaterra, y desde un primer momento se vió predestinada a trabajar en el Mundo del Espectáculo. Su padre, Francis Lenn Taylor era marchante de arte, y su madre, Sara Viola Warmbrodt, actriz. La belleza natural que la luego estrella heredó de ambos desde su niñez hizo que inmediatamente tras su llegada a Estados Unidos, llamase la atención de los agentes cinematográficos ya que el mismo año en que se instaló en Nueva York procedente de Inglaterra, 1939, David O. Selznick, productor de ‘Lo que el Viento se Llevó’, quiso contar con ella para interpretar el breve papel de hija de Scarlett O’Hara (Vivian Leigh) y Rhett Butler (Clark Gable). Sin embargo, fue considerada demasiado joven (no había cumplido aún siete años), para el personaje.
Pero su debut no se haría esperar y tan sólo tres años después de esta intentona fallida, comenzaría una monumental carrera en el cine plagada de clásicos imprescindibles para entender la evolución del cine norteamericano en las últimas ocho décadas, ‘National Velvet’, ‘Mujercitas’, ‘El Padre de la Novia’, ‘Un Lugar en el Sol’, ‘Quo Vadis’, ‘Ivanhoe’, ‘Gigante’, ‘El árbol de la Vida’, ‘La mujer marcada’, ‘Cleopatra’, ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’, ‘Ana de los Mil Días’, ‘El pájaro azul’, que le harían ganar dos Oscar mientras pasaba a los libros de cuentas de la Industria por ser la primera mujer en recibir un millón de dólares de sueldo por trabajar en una película.


Newman Taylor


Pero por lo que a nosotros se refiere, tres títulos imprescincibles marcan su trayectoria como tres referencias inevitables en la historia del cine gay norteamericano, ‘La gata sobre el tejado de zinc,’ ‘De repente, el último verano’, inspiradas ambas en sendas piezas teatrales de Tennessee Williams y suavizadas (censura de la época mediante) en su traslación cinematográfica, y ‘Reflejos en un Ojo Dorado’ en donde un sugerente John Huston tomó como base la novela homónima de Carson McCullers poniendo al lado de Taylor al mismísimo Marlon Brando, como el marido enamorado… de un soldado raso.
Brando no sería el único partenaire gay (entendiendo bisexual como tal en este caso) que compartiría cabecera de reparto con Liz Taylor. Roddy McDowall la acompañó en sus primeras películas de infancia, Rock Hudson y James Dean compondrían con ella el trío protagonista de ‘Gigante’ de George Stevens, durante cuyo rodaje, la accidental muerte de Dean mandaría al hospital a la actriz tras sufrir un shock emocional. Pero entre ellos y otros muchos más, destacó alguien para quien Elizabeth fue más que colega y confidente. Además fue, como mucho, la mejor de las amigas.

Monty

Clift Taylor


Montgomery Clift, Monty, tenía 12 años más que Elizabeth, pero era casi un hermano pequeño para ella. Ella le protegía a él, de la mala uva de los cineastas y de sus propias carencias. Si la debilidad de la actriz era física, la del actor era emocional. Monty era enormemente frágil e inseguro. Adicto a los antidepresivos y el alcohol, una homosexualidad nunca del todo asumida, hizo del hermoso debutante de la generación dorada del Actors Studio un muerto en vida, objeto de crueles burlas y bromas por parte de directores y productores. Juntos hicieron tres películas, ‘Un lugar en el Sol’, ‘El árbol de la vida’ y ‘De repente el último verano’. Durante el rodaje de la segunda de ellas, tras salir una noche de casa de Liz, ebrio, al volante, chocó violentamente contra un poste de teléfono. Se destrozó la cara, rompiéndose la nariz y mandíbula. Ella fue la primera en asistirle personalmente, sacándole un diente que se le había incrustado en la garganta, para impedir que muriese ahogado.
El rostro de Monty nunca volvió a ser el mismo, y aunque no le faltó luego trabajo, sin embargo, incapaz de reconocerse en el espejo, Clift se enterró aún más en el infierno de las adicciones, muriendo prematuramente, cuando apenas contaba 46 años, de un ataque al corazón, poco antes de empezar el rodaje de la película que les habría unido por cuarta vez, tras forzar Taylor a los productores a contratarlo, justamente ‘Reflejos en un ojo dorado’, rol que pasó a manos de Brando a petición propia, como homenaje póstumo a su colega de generación.
Tal vez, muchos quieran ver el eco de su relación, muchos años más tarde, con el que la diva mantuvo con Michael Jackson, al igual que Clift, débil y aterrado ante la necesidad de madurar por sí mismo. No por casualidad, también Jackson falleció a edad temprana, adicto también a unos medicamentos que acabaron dando por concluida prematuramente su vida.

Cruzada

Principe Asturias


En 1985, la actriz vuelve a despedir a un gran amigo, Rock Hudson, primera víctima notoria del SIDA en Hollywood. A raiz del trágico suceso, la actriz colabora activamente en la creación del American Foundation for AIDS Research (Fundación Americana para la Investigación del SIDA) y posteriormente la ‘Elizabeth Taylor AIDS Foundation’.
De ambas organizaciones Elizabeth Taylor pasó a ser co-chairman y voz internacional, y su labor al frente de las mismas se convirtió en su primera actividad en los últimos veinte años, en que se alejó prácticamente por completo de la interpretación para centrarse en la recaudación de fondos que sumaron más de 100 millones de dólares, cifra que continúa aumentando gracias a la estela de su nombre. Por su marcado compromiso al respecto, ganó el galardón especial Jean Hersholt y el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades 1992.
Durante la concesión de dicho galardón, la actriz hizo explícitamente una solicitud: Ayudénme a cambiar el Mundo”. Hoy, la Dama del Imperio Británico, excéntrica, glamurosa, bellísima, explícita, imprescindible, puede irse directamente al Cielo, sin paradas previas en controles anti excesos, para deslumbrar con su luz allá arriba lo mismo que su estrella hizo aquí abajo, sabiendo que en efecto, gracias a ella también, o especialmente gracias a ella, el Mundo cambió y de qué manera. Descanse en paz, Señora.



 
 
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